lunes, 21 de junio de 2010

¿Todo tiene que tener un título? (22 de mayo)



Creo que el suelo necesita ser barrido. Es aquí, en la oscuridad, por donde paso sin hacer ruido, donde me doy cuenta de las motas de polvo que se han ido depositando sobre mí cautelosamente, en forma de presiones diarias, sudores fríos y temblores injustificados. Ese hambre literal y metafórica de un fin de semana, que se transforma en algo mutuo hasta devorarte y dejarte en un callejón sin salida. Sólo un poco más...un poco más de éso...esa sustancia que se adhiere a ti como una rémora y nunca quieres desprenderte de ella. Me hará llegar a lo más alto en mi último solsticio y no me importan las partes que entienda la gente. Estoy solo en esta sala brillante y neblinosa y gracias a ello consigo fijarme en ese punto rojo que dispara en todas las direcciones como un diente de león y se clava lentamente en mi cerebro, impidiéndome tomar decisiones, caminos...pero no otro poquito de éso. No apareceréis, aquí no hay más que una bola brillante que gira y no para de girar e ilumina toda la sala como si fuera el satélite de la bondad, aunque no haga más que lamerte el culo como si fueras el presidente de los Estados Unidos. La calle también gira; me quedaré aquí a ver como nadie aparece, ni siquiera yo. Las emociones se transforman en una sonrisa estéril y comatosa. Miro la hora y queda demasiado para que ocurra algo. Quizá sea el fin del mundo o empieces a bombardearme con dudas existenciales, pero no me importa porque aquí ya tengo todo lo que necesito. La música apesta. En la estancia hay un ligero olor a monóxido de carbono que me hace vomitar. Míralo como quieras, pero en el país de las oportunidades gobierna la incertidumbre y puede que vaya siendo hora de decorar esta sala con los trozos del puzle que yace tras mis cortinas. Hora de levantarse (pero antes, un poquito de éso).


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