Amar al amor ciego y odiar al amor. Odiar al odio y amar al odio irracional. Un día en la vida no es un día si no hay extremos. Coge tu abanico y despide a las nubes que han cubierto esos días pasados que fueron noches. Que anochezca en la noche y que amanezca en pleno día. Que la sombra de la Interzona no te impida avanzar. Porque, como en la guerra fría, calculamos nuestros movimientos aguardando el momento anterior a la muerte de nuestra alma o el nacimiento de una nueva.
Yo endurezco el hielo, ejercito mi orgullo esperando el nacimiento de algo mejor. Tú te limitas a observar, quizá esperando lo peor, quizá tratando de no llevar tu falta de autoestima a un punto más alto o simplemente dejándolo todo en manos del relativismo (¿Mejor o peor?). "Las caídas desde allí son demasiado duras", comentas en algún momento inoportuno como cualquier otro. "Prefiero quedarme con lo duro del levantamiento". Una vez que estés abajo del todo, en el mismo inframundo, no te tomes la molestia de volver a subir. Esfuérzate por nadar a través del vasto océano y no mires atrás, como Dylan en las películas. No llames a la puerta, descálzate y entra. No te sientas japonés por ello. Vienes de un lugar único donde la presión impera. Siéntete afortunado, lucha con todo lo que has aprendido. No permitas una vez más que el esfuerzo haya sido en vano, como tu amor. No consientas que la gente de aquí abajo te acose y te derribe. Vienes de un lugar más alto y la fuerza de tu gravedad interior es mucho más intensa y peligrosa. Mira dentro de ti mismo tanto como te sea posible. Toma aire las veces que haga falta y ábrete paso entre los campos de fresas, los tréboles de Dover y los árboles de tu corazón, porque bajo uno de ellos podrás ver el atardecer de Waterloo.
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