(Escribo ésto en un papel bajo una sábana arrugada, mientras un inocente bebé de apenas once meses llora porque sabe que ha venido para que algún día todo termine, y ese llanto no hace más que recordarme cada noche el susurro de aquella canción en EL DÍA).
Era verano (mi decimosexto) cuando dejaste de hablar; un caluroso día de finales de julio que empezó con tormenta y terminó con una edad de hielo. A uno siempre se le traba la lengua cuando no sabe qué decir, pero tú no deberías haberte quedado en silencio; el silencio era mío y sólo quedábamos tú y yo. La brisa procedente de Irlanda proporcionaba bocanadas de aire cada cierto tiempo, pero dejó de ser suficiente cuando tu simetría se rompió y nos dejaste en manos de nuestras manos. A ojos del mundo, no eras más que un muñeco de trapo con sentimientos descontrolados. Recuerdo tus dedos en mi pelo, tratando de arrancarlo. Recuerdo tu mano en su brazo, tratando de arrancarlo. Recuerdo tu mirada perdida, el susurro de la canción en mi oído derecho y esa extraña espuma blanca en mi corazón, tratando de detonarlo. Era la una de la madrugada.
El bebé llora, y llora, y llora... Me acosté aún con aquel sonido que me reveló algo y comencé un fatídico sueño que duró días, quizá meses, hasta que ambos dejasteis el mundo sobre mis hombros. Esa noche ocurrió todo tan rápido que el alcohol se escapó de mis venas porque sabía lo que sucedería, como el resto del mundo. El pánico vino a vivir en mí tras aquella llamada, mientras mi fiel amigo me observaba atónito o quizá extasiado por el combustible (otra vez no. No había bastado un año. Un año y un mes, que más tarde serían cinco o toda la vida). Pero ya no escuché esa canción. Apenas pude ver nada. Te fuiste. No articulaste palabra. Te lanzaste al mar sabiendo que la corriente te arrastraría y me salpicaste al caer. Te sumergiste antes de tiempo. Me abandonaste, como él, y el combustible se mudó a mi sangre con su muerte como guardaespaldas. Una combinación letal.
Avancé por cien mil caminos con los ojos cerrados hasta que las luces del pasado me abrieron los ojos. Yo cargué con ello. Era mi responsabilidad. Vosotros me disteis lo que tengo. Me hicisteis como soy.
Los garabatos del papel ya son carteles luminosos, porque el bebé ha dejado de llorar y ahora puedo escuchar con claridad aquella canción:
The Beatles - Strawberry Fields Forever
No hay comentarios:
Publicar un comentario