Lunes: rojo, martes: azul, miércoles: amarillo, jueves: marrón, viernes: verde, sábado: gris, domingo: gris oscuro. He intentado recordar cientos de veces por qué recuerdo este pequeño tablón con barras escalonadas que vi por última vez hará unos dieciocho años y si de alguna manera ha influido en mi distribución emocional a lo largo de los poco coloridos días en este estúpido barrio. Puede que, de alguna manera, mis lunes estén encendidos por un trozo absurdo de plástico, o que simplemente se deba a mi color interior, ese gris que tantas veces han asociado conmigo. Me fundo con los sábados y deliro los domingos. Después del enrojecido comienzo de semana, decido cambiar la historia y hacer mi particular Blue Tuesday. El color inglés, el color de la nostalgia y la melancolía. Azul cielo, porque el cielo está triste si no hay azul y siempre discuto con él. Por supuesto, ante tales fuerzas y haciendo una excepción, doy el brazo a torcer. Me gusta quererte y que no me quieras, me limito a pensar.
Y es cuando me veo sentado un bonito miércoles, como en este preciso instante, mirando al sol, dedicándole una canción, contemplando la textura de una dulce cerveza con cualquier persona a la que mis textos y mi obsesión por los colores le suenen a chino. Primero engullo un plátano y después un limón para acabar el día (me encanta escribir limones) como presagio de lo que se avecina justo en mitad de la semana. La ansiedad me impide liberar mi mente...(suprimir). Viernes, sí, viernes. El día de la liberación, el día del yoga, del karma, de las cucharas, de la hierba, el aire, las panderetas, las guitarras, los acantilados extremadamente rocosos y el musgo que yace sobre ellos eternamente. La saturación de eventos es tal en tu particular universo, que no haces más que contemplar la inmensidad del paisaje y recoger unas cuantas flores para el fin de semana, las cuales se marchitan en muchas ocasiones. Todo está en el ambiente que nos rodea. Somos así, y no es poco. Así transcurren los días, uno tras otro y en ocasiones el anterior tras el siguiente. Remontas el vuelo hacia tablones pasados para rescatar días que cambiaron de color. Me encuentro en medio de mi odisea semanal y espero luces. Que nadie se tome la molestia de iluminarme por detrás, porque tendré que hablarle de sombras sin mirarle. Y con un trago de perfecta agua transparente me voy a la cama. Soñaré con una señal que llene el vacío de este texto. Espero recibirla.
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