martes, 15 de febrero de 2011

El último cielo de enero


(Escrito en la fecha publicada y pensado mucho antes, es definitivamente mi última publicación en este blog: las palabras que arranqué a la corriente).



El espejo lleva tiempo habitando en la misma esquina
y ya hasta las arañas aparecen por sorpresa en otras
paredes distintas, saliendo de su oscura guarida
profundamente cubierta de tela de cuadros, que suena
seca y ruda al tirar de ambos extremos, y se humedece
con la luz de la persiana, distinta a la de la noche,
la que precede a un desayuno únicamente biológico,
que me ha hecho levantarme la piel bajo la uña del pulgar
y oír el crujido del pan. El sofá y los pies, y las migas
deslizándose. El aire con burbujas que viene a posarse
en los reflejos de las imágenes que se transforman
con los programas de camaleones, gradualmente y sin
hacer ruido. Salí y la llave volvió a emerger en un margen
de cinco segundos, menos que el tiempo que el abrigo
tardó en descansar sobre la percha, tras hacerme el
tocadiscos la colada. No había espejo cuando volví
y hablé cara a cara con los bocetos de familia.
El cristal salía por debajo de la puerta y la parte
trasera era suave, como los párpados cayendo en un regreso
a casa, el sueño emergente y la palidez del cielo de enero.

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