domingo, 12 de diciembre de 2010

Trémolo


Hoy he soñado con el fin del mundo, Caos y Gritos besándose, y he dejado mi piel en manos de la marea. Ésa misma que me ciega y deja sordo a todo el mundo, con sus pájaros cantando al unísono sobre nuestras cabezas. El sonido de la sequedad de mi boca, triste por la ginebra que creía haber dejado atrás, y la gente que odia el odio por encima de todas las cosas, que crea el mal a través del bien y el libre albedrío, que construye una necesidad con enormes ladrillos huecos que rebotan en mis pupilas de acero, doloridas al ver tus labios. Noto que la humedad crece en mi estómago, también de acero, y el ciervo en la pared me dice algo, y Elvis, y un hombre de bigote habla sobre títulos extraños y lo morena que se ha vuelto la gente, y la sangre resbala por mi dedo índice y huele a cosméticos, y giro la cabeza y vuelvo a ver lo mismo, una y otra vez, y me asalta un destello moldeado por la razón, criticado por el miedo que en mí alberga.

Me retiene la soga negra que calienta mi cuello, que no quiere que nada suba más arriba, y le doy vueltas a lo material y lo inmaterial y veo que todo está a la inversa y yo también, y no noto pensamiento alguno, sólo la humedad creciendo en mi estómago y el dolor físico de mi dedo índice, que ya tiene vida propia, goteando eternamente. Todo se estira y un intruso toca unas notas de bajo que suenan como déjà vus enfermizos, como cuando dices que me estás esperando, pero no lo dices, y un mensaje llega del polo norte: dicen que nos vamos a ahogar, que ningún abrigo nos podrá salvar. Que no hay bailes sin lágrimas, ni llantos que bailar. Y pienso en la tinta que he perdido y la que no lograré recuperar. Y la gente pide caramelos y yo les digo que no con la mano, con mi dedo índice, que tendrán que trabajar y arrancarme la humedad. Y el ciervo ahora me dice que hay que huir de este lugar, que las nubes ya han llegado y lo han dejado bajo el mar. Y digo adiós, y la gente se va.





Gracias a Chesil Beach.