lunes, 3 de enero de 2011

Un despojo

La Dama de Cristal hundió sus manos como olivas en el agujero, pero no encontró nada. Le había tomado catorce horas llegar hasta aquel flanco desde donde se podía divisar gran parte de la ciudad. El sonido de los matorrales se asemejaba al de un reactor y sólo por un segundo fue consciente de la suciedad de sus manos. Comenzó a ascender por la colina más cercana, la cual, pensó, tenía una peculiar forma de mano gigante. Algún que otro sapo con aspecto desorientado se movía perezosamente entre las piedras, y la escena le recordó en cierta manera a un corto de animación donde Goliat parecía haberse dado cita. Ya en la cima, se sentó con sus extremidades estrictamente cruzadas y después en posición fetal, con la cara apoyada sobre su propio hombro. Respiró el polvo de la superficie y, mirando a las ventanas que iluminaban el horizonte, imaginó a un montón de gente ardiendo en luces, como en un ritual místico, y proyectando sus películas en el calor de la noche. El leve suspiro le ennegreció aún más la cara y, tumbándose hacia atrás, susurró a su propio oído: "Lo que queda es con lo que empiezas".

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